Tranza Poética

"Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los censores, los líricamente desmadrados. Un poemínimo es un mundo, sí, pero a veces advierto que he descubierto una galaxia y que los años luz no cuentan sino como referencia, muy vaga referencia, porque el poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del Metro. Un poemínimo es una mariposa loca, capturada a tiempo y a tiempo sometida al rigor de la camisa de fuerza. Y no lo toques ya más, que así es la cosa. la cosa loca, lo imprevisible, lo que te cae encima o tan sólo te roza la estrecha entendedera -y ya se te hizo".
Efraín Huerta

2 de octubre de 2006

Una Chingadera

Durante todo el día el cielo ha estado cerrado. Tal parece que las nubes bien saben de mi propensión a ponerme nostálgico si ellas se oscurecen. También el viento da muestras de su fuerza y vivacidad: las hojas de los árboles nos miran y murmuran desde lo alto, la basura flota sobre el asfalto. El aire de la ciudad está limpio; estos días siempre son limpios. Los días así me dan sueño.

Como todos las mañanas, apenas pude levantarme de la cama. Los ojos me pesaban como la conciencia. El cuerpo parecía ajeno a mí. Ningún rayo intenso de sol que me obligara a despertar. Nada; solo yo y mi estado psicológico que está entre lo real y la fantasía. Quizá sea eso lo que me gusta, ni soñar ni despertar por completo: agonía

De hecho dormí muy poco. Me recosté de madrugada, pero únicamente me enredaba en imágenes tontas o crueles, todas irónicas. Y entre todas ellas, había un sentimiento de haber dejado algo inconcluso (¿acaso existe la conclusión?). No sé bien a bien si fue mi libro pendiente o las palabras ambiguas que escuché por la tarde: lecturas por hacer.

Todo en el universo está por hacerse. “Esto lo estoy tocando mañana”, diría un personaje de esos ojos separados. Todo está por venir. Quizá esa sea siempre nuestra percepción porque esperamos imágenes ideales. Nunca la contradicción. Pero, ¡oh desgracia!, ni el tiempo ni la idea pura existen; lo más parecido a ella es la muerte.

El cosmos es fricción. El big-bang es (y digo “es” porque sigue en proceso silencioso) resultado de la fricción incesante entre partículas. El calor tiene su origen en la misma situación. Hasta en la estructura del agua sólida hay movimiento; mínimo pero existe. Entonces, ¿por qué construir la ilusión del equilibrio negando la contradicción? El camino no es la negación, sino la aceptación de lo irremediable.

El tiempo es una de dichas negaciones. El tiempo cuantificado no existe, es una invención del hombre para negar al dios Caos. Invención primitiva, reacción salvaje. De un manotazo hemos pretendido separar al tiempo del espacio para liberarnos de la angustia.

¿Qué pasaría si aceptamos que las tres dimensiones espaciales y el tiempo son indisolubles (el tiempo como la cuarta dimensión)? Los tiempos se multiplican. Hay tantos tiempos como espacios: cuerpos. El tiempo es una sensación del cuerpo; por lo tanto no podemos aprisionarlo en una sucesión numérica. Tiempo cuerpo. Cuerpo tiempo. Fragmentos y totalidad.

Aunque el tiempo se multiplica no deja de conservar su unidad. Se trata de una pelota multicolor, con distintas texturas y tonos; como nuestro planeta. Esto es, la unidad se entreteje de muchas y contradictorias ideas. Más aún, de las asperezas surgen las ideas: movimiento continuo y discontinuo.

¿Te imaginas el contacto entre dos o más superficies (ideas) absolutamente lisas (coherentes)? No hay fricción, no hay sensación. Hay movimiento pero uniforme: efímero. Es como si una mano recorriera tu piel y tú jamás la sintieras. ¿Qué aburrido, no? Fastidioso lo acabado, tedioso lo coherente.

De entre las grietas que producen los choques, emergen los cabellos y los ojos de lo vivo. De entre los estragos que provoca el movimiento nacen los bellos erizados y las gargantas nauseabundas: la sangre corre, el corazón palpita, el cielo se resbala, el agua vuela, los sexos se acarician, el cuerpo suda, las pupilas se dilatan y contraen, las lágrimas brincan, los dedos tamborilean.

El mundo… nosotros… somos acuosos. No hay coherencia, no hay absoluto. El lenguaje puramente referencial es un cuento. La semántica asesina cualquier ortografía y sintaxis perfectas. El antiheroe, la poesía. El sentido unívoco no existe, ni en los chistes. Siempre hay otro camino para inventar/interpretar. Es doloroso, es cierto, como en todas las fracturas.

En la posibilidad siempre gobierna la angustia y la incertidumbre. Cuando el horizonte no existe, no hay línea a la cual colgar tu existencia. Peor/mejor aún: cuando sabes que puede haber muchos horizontes las líneas de tu cuerpo se rompen; de entre ellas brota sangre, dolor. Un cuerpo sin sangre es un cadáver. Un cuerpo que duele y goza es un cuerpo vivo.

Así que… muera la coherencia absoluta… muera la muerte la muerte de lo infinito… muera lo eterno:

...si algún día ves a Dios, escúpelo a la cara porque Él será el culpable de que el mundo/mundos (sentidos) muera en seis días.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nombre mi Otto mejor que viva la primavera y el solecito, porque así como te pone y nos pone el invierno y los días nublados, no nos queda aliento para disfrutar del gozo que por estar vivos también podemos experimentar.... digo algo así ha de haber, no lo se de cierto diría el poeta Chiapaneco, pero esas otras chingaderas también pueden ser motivo para echar a volar la imaginación (mucha imaginación) y narrarlo, no? como ejercicio para destrabar y/o destrabar a algunos que te leemos.

Ah, No deseo que dejes de bajar tu mente a papel al despertar en un día nublado, si no, cómo darías cuenta de ese otro ángulo.

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

Julio Cortázar