Tranza Poética

"Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los censores, los líricamente desmadrados. Un poemínimo es un mundo, sí, pero a veces advierto que he descubierto una galaxia y que los años luz no cuentan sino como referencia, muy vaga referencia, porque el poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del Metro. Un poemínimo es una mariposa loca, capturada a tiempo y a tiempo sometida al rigor de la camisa de fuerza. Y no lo toques ya más, que así es la cosa. la cosa loca, lo imprevisible, lo que te cae encima o tan sólo te roza la estrecha entendedera -y ya se te hizo".
Efraín Huerta

2 de octubre de 2006

Fantasmas

La mayoría de las cosas que esperamos jamás llegan. Y si llegan, no es como las esperábamos. Pero… ¿no es eso lo que nos mantiene despiertos en la penumbra de nuestras vidas? No sólo esperar algo nos pincha el deseo, también el esperar que algo no se vaya jamás, nos mantiene alertas y, peor/mejor aún, en ocasiones también esperamos que algo se vaya y nunca se va. Dedos entretejidos que van a ninguna dirección: algunos desaparecen otros se anuncian –pero sólo se anuncian- y uno que otro se queda ahí. La nostalgia tal vez nunca se va. Cuando creemos que se ha ido, en realidad sólo se ha escondido para engordar y después explotar: llanto, gritos, alcohol… lluvia. Lluvia recuerdo. Pasado en la piel; presente en la memoria. Gotas que caen como alfiler en la añoranza. Charcos con cielo nunca visto. Los días nublados y su lluvia son por todos tan temidos, pues muestran la fragilidad de nuestro mundo. Mundo hecho apenas de papel. Además, las gotas nos recuerdan que no somos más que cuerpo: prisión y útero; líquido amniótico para resbalar en el mismo charco. Masoquismo o conciencia fundante, no sé, pero a mí me agrada caminar con la lluvia sobre mi espalda. Casualmente lo acabo de hacer anteayer. ¿Lo ves? La nostalgia y el placer son la misma cosa. A veces las creemos distintas: ficción, ilusión. Necesitamos en el mismo altar a Eros y Tánatos, Apolo y Dionisio.

Entre la muerte y la vida se enredan infinidad de hilos por los que se desplaza el sentido. Se trata de trampas o bromas que le jugamos (¿o nos juega?) a las prisiones de este mundo, a las soberbias que tanto odio: racionalidad técnica instrumental y pragmatismo. Los distintos tonos entre el negro y el blanco nos pertenecen, por ellas tenemos oportunidad de deslizar lo que los formalismos desechan: deseo, placer, miedo, ansiedad, sollozo, amor, locura, absurdos, imaginación, pasión. Guanajuato es una ciudad levantada por dichos tonos o hilos. Ella en sí misma es uno de esos hilos. De ahí su capacidad para atraparnos. Es la ciudad de la locura, del pasado sangrando, de los fantasmas insatisfechos. ¿Seremos nosotros fantasmas insatisfechos? Tal vez; los fantasmas no tienen forma, se alejan de ella, la repugnan. Quizá por ello nuestro acercamiento se parezca más a la mezcla entre entes disipados que a una fórmula matemática. Qué le vamos a hacer, si ya caminamos por la “calle melancolía”.

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Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

Julio Cortázar