Maribel lanzó un gemido. No conozco humedad más dulce que la de ella. Su sabor, vaya sabor, eterno e implacable. Su cuerpo tiene un vaporcito que te jala como un vórtice, vas y venís a su antojo, a su ritmo y urgencia. El mundo se desvanece, huye como espantado de tanta perfección. Es sólo por un instante, es cierto, pero el sexo jamás volverá a ser el mismo.
2 de octubre de 2006
Por última vez
Alzó el pubis, no sé si en señal de placer o de ofrecimiento, lo más probable es que en señal de ambas cosas. Cuando a una mujer se le ha causado el suficiente placer, levanta el pubis en señal de ofrecimiento. Lo ofrece, sin embargo, no para que la poseas, sino para poseerte: en él te derramas y te absorbe.
Maribel lanzó un gemido. No conozco humedad más dulce que la de ella. Su sabor, vaya sabor, eterno e implacable. Su cuerpo tiene un vaporcito que te jala como un vórtice, vas y venís a su antojo, a su ritmo y urgencia. El mundo se desvanece, huye como espantado de tanta perfección. Es sólo por un instante, es cierto, pero el sexo jamás volverá a ser el mismo.
Maribel lanzó un gemido. No conozco humedad más dulce que la de ella. Su sabor, vaya sabor, eterno e implacable. Su cuerpo tiene un vaporcito que te jala como un vórtice, vas y venís a su antojo, a su ritmo y urgencia. El mundo se desvanece, huye como espantado de tanta perfección. Es sólo por un instante, es cierto, pero el sexo jamás volverá a ser el mismo.
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Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
Julio Cortázar
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