Tranza Poética

"Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los censores, los líricamente desmadrados. Un poemínimo es un mundo, sí, pero a veces advierto que he descubierto una galaxia y que los años luz no cuentan sino como referencia, muy vaga referencia, porque el poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del Metro. Un poemínimo es una mariposa loca, capturada a tiempo y a tiempo sometida al rigor de la camisa de fuerza. Y no lo toques ya más, que así es la cosa. la cosa loca, lo imprevisible, lo que te cae encima o tan sólo te roza la estrecha entendedera -y ya se te hizo".
Efraín Huerta

10 de enero de 2007

Confesiones (3a y última entrega)

Para Laura con G

Qué imbécil me siento. Nunca estuve tan triste.
Como si hubiera perdido la oportunidad, la única.
M. Benedetti

Otra noche sin querer dormir. Algunas noches, si me quedo despierto, puedo atrapar una que otra idea lúcida porque para mí ese terreno está como vedado. Contigo me pasa lo mismo: eres como tierra de nadie en la que se puede esperar todo porque nada hay de la ventana para fuera y cualquier tontería se torna realmente fuerte e importante, y cuando al fin logro comprender una pequeña parte, la entrada de un inesperado destino, inmediatamente estoy un paso adelante y afuera sin que logre entender dónde estuve y a la vez resulta inútil prever los próximos destinos.

Anoche fue una de esas noches. Me quedé por horas tratando de explicarme por qué soy tan irremediablemente estúpido frente a ti. A veces parece que sólo juego a sitiarme en un cuarto insignificante donde soy presa fácil de mis extravíos. Por más movimientos que hago éstos siempre me ubican y me cobran esa estupidez que me produces. Cuando creo estar en el lugar preciso con los dados controlados y algunas cartas bajo la manga, la verdad subterránea emerge y me exhibe en ese cuarto, cercado por mí mismo, porque en realidad tú no has hecho nunca nada diferente: la burla incansable de siempre y los ojos soberbios que no cambian.

Vos sos una gran aficionada a pegarme una patada por el culo y aventarme al subsuelo de las cortesías. Te imagino feliz echándome arena hirviendo en los ojos para luego ensartarme minuciosamente, uno por uno, un centenar de alfileres en cualquier confianza visible. Sin el menor pudor y a la primera oportunidad (que yo siempre coloco, debo aceptarlo) te encargas de apretujar cada confesión mía, deshojarla con sumo cuidado, luego la pisoteas, la escupes y brincas sobre ella con un gran gusto para al fin darte la vuelta, sentarte cómoda, estirar los pies y bostezar.

Y para mostrarte que mi estupidez es infinita (infinita en sus excesos, dicen por ahí), aquí tienes otras cuantas palabras que no pretenden sino confesarte unos pocos lados de esos que me has sacado por ser… cómo explicarte… encantadora, inevitablemente fascinante. Puedes hacer con ellas lo que quieras: reviéntalas, mordisquéalas, córtalas en tiras, ponlas a secar en el sol, guárdalas detrás de un cuadro, cuélgalas en tu puerta, mételas en el último cajón del escritorio o simplemente déjalas entre las páginas de un libro abandonado para que puedas olerlas –conocer su verdadero aroma– allá por el 2020, cuando lo abras por casualidad. Aquí las tienes, son tuyas.




Bellísima (Eduardo Lizalde)


Oigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa...
yo podría tolerarla.


“Fue la única ocasión en que me sentí vivir en pleno, como un animal nuevo y despierto, ágil, sensible, aunque horriblemente preocupado. Estaba, cómo explicarte, deslumbrado ante esos inesperados matices de posesión y de ternura que descubría en los menos comunicables de mis pensamientos. Pasaba como un fantasma por mi empleo, por la calle, por mi casa. Estaba enamorado como puede estarlo un chico de su maestra, o de la amiga de su hermana mayor. ¿Cómo era ella? Bah, era inculta, primaria, pero tenía una sabiduría instintiva que la hacía intocable, una sensibilidad que convertía en perfecto todo cuanto hacía. Hablaba sin gran elocuencia, un poco a balbuceos, pero poseía la elocuencia más difícil: la de las actitudes. Frente al problema más intrincado, su actitud era siempre irreprochable. Tenía un increíble olfato de lo que estaba bien. Un desequilibrio que a la postre me resultó intolerable […] Yo tenía una horrible conciencia de no ser tomado en serio. Pero mi amor, llamémosle así, tampoco era limpio. Estaba, cómo te diré, contaminado de respeto. Y así no se puede, claro. Quizá ella tenía la horrible sensación de ser tomada en serio. Nunca se sabe. De todos modos, era un desequilibrio”. Mario Benedetti


Israel Piña

2 comentarios:

iShé* dijo...

"Vos sos una gran aficionada a pegarme una patada por el culo y aventarme al subsuelo de las cortesías."

Creo que me reí durante 10 minutos con esta frase... Pero no, no es que la haya encontrado absurda; sino ridículamente personal... Creo que sé lo que se siente eso, pero siendo mujer es aún más humillante. Figure out!

Sigue escribiendo Isra, aunque no sean confesiones :)

nomamar dijo...

El dolor es extraño; un gato que mata un pájaro, un coche accidentado, un incendio. Llega el dolor... BANG! Y para todos parecerás un imbécil. Y nadie puede ayudarte, hasta que llega alguien que comprende cómo te sientes...
Chinaski

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

Julio Cortázar